La trampa que esconde esta ola inflacionista
Nuestra economía ha sido una de las más perjudicadas de la Zona Europa por esta ola inflacionista y, en particular, las familias con menor renta disponible.
Las causas son de sobra conocidas. Una oferta que no puede satisfacer la demanda general, con un sistema productivo que se ha visto ralentizado tras estos años de pandemia. Esto ha generado roturas de stocks, escasez de materias primas, cuellos de botella en la cadena de suministro y distribución y, para colmo, una elevada incertidumbre e inestabilidad política provocada por la invasión en Ucrania por parte de Rusia que, a su vez, ha generado un incremento desproporcionado del precio de la energía y de los combustibles fósiles.
¿Qué medidas se han tomado al respecto?
Ante esto, el Banco Central Europeo (BCE) ha decidido recientemente mantener sus programas de liquidez únicamente en los cuatro países más afectados (España entre ellos), para evitar que las primas de riesgo se disparen y, a su vez, evitar una situación de «estanflación”, concepto que refleja un acontecimiento poco frecuente pero devastador, que se produce cuando hay un aumento considerable de la inflación en recesión económica, como ya ocurrió en los años 70s y 90s.
Sin embargo, ahora existe una singularidad importante: la política monetaria, (orquestar tipos de interés y dar liquidez al mercado), está en manos del BCE, y no en el regulador de cada país, y las medidas globales que se adopten no tendrán el mismo efecto para todos.
El incremento de los tipos de interés, que ya estamos viviendo, a priori, es una medida útil para combatir la inflación, pero tiene un efecto secundario, la disminución del consumo y de la inversión (¿recesión?), afectando en mayor medida a las economías más endeudadas, como la Española, así como a las familias con menores rentas de la Eurozona. En el horizonte, el BCE ha tomado cartas en el asunto, pero tal vez haya llegado un poco tarde, requiriendo ahora unos tipos de interés que estén a la “altura” de la situación.
Con respecto a la liquidez, los bancos disponen de ella, pero tienen que adaptar sus políticas de concesión de préstamos al nuevo riesgo de crédito que asumen para evitar la morosidad que, de entrada, es mayor por el nuevo entorno geopolítico y de tipos de interés. Dicho de otra forma, los bancos exigirán mayor renta disponible (en especial en préstamos al consumo) y garantías de mayor calidad y, por ello, la liquidez que pudiera fluir al mercado no sería la esperada.
¿Cómo podría ayudar el gobierno?
En cuanto a las medidas expansivas tomadas por el gobierno, éstas tendrán su efecto pero no para reducir la inflación, sino para reactivar ligeramente la economía. El gobierno, dado que tiene el control fiscal y el control del gasto público, podría dar un respiro a las familias a través del IRPF y a su vez limitar el gasto público, para compensar la demanda y evitar un repunte de precios.
En resumen, realizar ciertos ajustes selectivos acertados, que por supuesto serían bienvenidos y hacer que las familias sufran menos el impacto. Aunque lo cierto es que esta situación solo se puede solventar en origen, es decir, en la adaptación del sistema productivo a la demanda pospandemia y en el cese de la guerra en Ucrania, apoyándonos mientras tanto en las medidas del BCE.
¿Hemos tocado techo? Lamentablemente no. Los meses de julio y agosto históricamente generan un efecto estacional y la mayor parte de los 955 artículos que el INE revisa para calcular el IPC, subirán de precio, a esto se suma que la demanda sigue al alza, liderada por las rentas altas y un ánimo general de aumento del gasto. Asimismo, queda pendiente el ajuste salarial derivado de la inflación y la posibilidad de que, ante el miedo de subidas de precios adicionales, las familias con rentas altas anticipen sus decisiones de compra.
La ola inflacionista pasará, antes o después, aunque esconde una trampa que definirá una nueva normalidad económica.
¿Qué nos deparará el futuro?
Si bien esperamos que la inflación tienda a estabilizarse durante 2023, el comportamiento de la subida de los precios nominales (no en la ratio de inflación) es estructural. Su impacto es ya muy profundo, dado que la inflación subyacente, que no incluye los elementos más volátiles como la energía y los alimentos frescos, hoy es responsable de un 54% de la inflación total.
En segundo lugar, la emisión de más deuda pública, posiblemente más cara por la subida de tipos y del riesgo país, contribuirá al incremento del déficit, aunque en 2024, cuando se calmen las aguas, conviviremos con una tendencia inflacionista en torno al 2-3%, en línea con los estándares de inflación deseables por el BCE, pero partiendo de una nueva base de precios y todo ello si no surgen nuevas tensiones geopolíticas que agraven la situación.
No existen medidas mágicas para volver al punto de partida, hasta que no se reduzcan los problemas de base ya citados, y solo la intervención del BCE podría reducir la inflación en detrimento del crecimiento económico, que probablemente genere una recesión puntual en el corto plazo.
Publicado en El Economista.
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